Viajero de naturaleza

julio 20, 2015



                                                            


Por Eduardo Monzón
@eduardomonzn

Por alguna razón me gusta mucho la naturaleza, tal vez mi memoria no tenga claro cuándo comencé a disfrutar caminar entre árboles, subir montañas, bañarme en ríos, mares; y ver el cielo sin obstáculos. Pero desde que decidí que esto de los viajes formaría parte de mi vida, sé que nada me causa tanta emoción como descubrir un nuevo espacio natural.

Con el paso del tiempo he entendido que no soy un viajero de ciudades, aunque puede ser muy interesante descubrir culturas y secretos del desarrollo de nuestra humanidad, mis neuronas no trabajan con la misma velocidad cuando visito un museo que cuando entro a un bosque.

Supongo que esta forma de viajar viene dada por la realidad de Venezuela, la única que vivo y conozco a profundidad, en la que tenemos ciudades hostiles y dramáticas, con algunas caras muy amables, en contados casos, pero casi siempre teñidas de tristezas e injusticias. Pero radicalmente opuesto a esto, Venezuela tiene una naturaleza sacada de un libro de cuentos, tan alucinante que cuesta creerla, tan variada que parece imposible conocerla toda. Entonces al querer buscar calma y silencio, es la naturaleza la que se convierte en un refugio para descansar de nuestros pesares citadinos.

                                                                                    Un baño en Pozo Azul, Cojedes 

Pero hay un episodio que me cambió drásticamente, pasó cuando fui a la Gran Sabana a subir al Roraima. Después de pasar más de 10 días en aquel paraíso terrenal,  durmiendo en el suelo, cocinando y comiendo cualquier locura, bañándome en ríos con jabón azul (el único que no contamina), alejado de la tecnología, usando  ropa sucia durante el día, despeinado y alejado de mi familia; comprendí algo muy importante: la vida es muy simple, necesitamos tan poco para estar felices y sentirnos bien. Pero la ciudad nos obliga a llenarnos de apegos materiales y emocionales.

Al volver de ese viaje supe que no podía seguir viviendo como lo había hecho hasta ese entonces, pasar meses enteros entre el cemento y el asfalto ya no era una opción. Necesitaba salir con frecuencia a revivir ese espíritu de libertad y sencillez que había encontrado en la naturaleza.

Por eso comencé a viajar con mucha frecuencia, en especial los fines de semana. Era la única forma de tolerar a la ciudad de lunes a viernes. Y ni hablar de pasar más de dos semanas sin poder salir a algún lugar alejado, la ciudad me pica, me da alergia, todo me molesta y me siento fuera de lugar.

                                                                                  En la Península de Paria, Sucre 

A pesar de esto no me considero un enemigo de las ciudades, la verdad es que siempre necesito volver, mi ciudad me da centro, es mi punto neutro, que me pone los pies en la tierra y me da la necesaria dosis de realidad, casi siempre acompañada de algunos dolores de cabeza.

Ahora disfruto más los pueblos pequeños y alejados, tienen de sobra la calma y seguridad que ya no tenemos en las grandes capitales, no tienen señal telefónica pero si hay mucho silencio, tanto silencio que aburre, pero qué manera tan buena de aburrirse. Me gusta compartir con la gente que vive en estos pueblitos, son personas que tienen la oportunidad de vivir con menos velocidad que nosotros, no tienen ese ritmo frenético en sus días, eso les permite andar con mucha tranquilidad y ver cosas que los citadinos ignoramos.

Entonces no puedo estar mucho tiempo sin salir de la ciudad, pero tampoco puedo dejar de vivir en ella; por eso mi cuarto de ha convertido en un terminal donde siempre hay un morral en el suelo, lleno de cosas que nunca termino de desempacar. Entre mis cosas hay arena de mar, tierra y hojas secas, mis zapatos huelen a río o a playa. Mi carpa y mi sleeping están siempre listos para salir.

                                                                                  En la Gran Sabana, con el Roraima de fondo 

Perderme en un lugares naturales ha sido hasta ahora la única manera de lograr despegarme de mi celular y mis redes sociales, nuestra esclavitud moderna. Mi interacción con la naturaleza ha influenciado hasta   mi manera de vestir, ahora quiero andar siempre como si estuviese en la playa, por eso más de uno se sorprende al verme llegar en shorts a un cumpleaños  o a un lugar de comida rápida. Nada como la simplicidad, usar jeans me parece lo más incómodo del planeta, por eso puedo usar a diario mis monos deportivos.

Venezuela es millonaria en naturaleza, mucho más que en petróleo. Es insólito como pocas personas saben que Venezuela forma parte del selecto grupo  de países (menos de 20)  clasificados por la UNESCO como megadiversos. Tenemos un gran potencial para desarrollar el turismo de naturaleza y un inmenso desafío en la protección y resguardo de nuestros recursos naturales.

Creo que esto de escapar de la ciudad para disfrutar de la naturaleza tiene mucho que ver con redescubrir nuestra identidad primitiva, lo que realmente somos. Nos preocupamos mucho por ser ciudadanos y dejamos de ser humanos, básicos e instintivos, simples y sencillos como vinimos al mundo: libres y dueños de nada.

                                                                         Senderismo en Altamira de Cáceres, Barinas 

Para más fotos y relatos, sígueme en @eduardomonzn

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6 comentarios

  1. Hermoso...me encanta tu punto de vista sobre nuestra maravillosa Venezuela.
    Éxitos hoy y siempre Eduardo ;)

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    1. Gracias Francis por leer y tener la gentileza de dejarme tu comentario. Un abrazo

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  2. Excelente Eduardo... que gusto leerte colega! trataré de contactarte para unirme a una de tus rutas

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  3. Eduardo, buenas tardes. Excelentes todos tus relatos. A propósito de tus paseos te comento que justo ayer conocí el cerro el aguacate, el pase es genial y la cascada de agua una delicia. Lo mejor del cuento es que es aqui mismo en San Joaquin. Saludos.

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    1. Gracias Lucio! He estado en los aguacates varias veces, ciertamente es muy sabrosa la cascada

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