Kayak en Morrocoy: éxtasis turquesa
octubre 13, 2016
De no ser por el esfuerzo
que hacían nuestros brazos para navegar, pudimos pensar que volábamos sobre un
insólito paraíso caribeño. Realmente lo hacíamos.
Texto y fotos: Eduardo
Monzón
Bajo ese intenso azul todo
luce más joven, rodeado por un verde tropical que sopla para darte la
bienvenida y te vigila de cerca junto al mar. Bajé la ventanilla del carro, el viento
golpeó mi mano y olía a agua salada.
Es el camino de la felicidad,
así le dicen a ese trayecto rodeado de altas palmeras que nos lleva de Boca de
Aroa hacia Tucacas, en el estado Falcón. Realmente puedo decir que ese camino
me condujo muchas veces, desde niño, a mucha felicidad, con mucha gente
querida.
Entramos al Parque Nacional
Morrocoy, por la vía que lleva hacia Agua Salobre, el paisaje se nubló y hubo
una lluvia corta, pero no fue una mala señal, era un buen presagio, como si el
día se limpiara el rostro con un poco de
agua para verse mejor.
Avanzamos por esa carretera
que se encuentra en mal estado, pero que te coquetea con picardía cuando te
deja ver hacia el mar. Llegamos a la marina La Cuevita, lugar donde nos
encontramos con Henry y Mariana, los creadores de EcoKayak Morrocoy. Me
acompañaba mi amiga Linda y también conocimos a Rafael, vecino de los
anfitriones que iría a navegar con nosotros.
Tenía más de año y medio sin
estar allá, me molesta la indolencia y el abuso que reina un lugar como ese.
Pero sabía que iba que volver y no a cualquier cosa, tenía que conocer a estas
personas que se estaban encargando de gestar un nuevo movimiento para practicar
turismo responsable y amable con la naturaleza.
Un café y un rato de
conversación, mientras pasaba la lluvia, nos sirvió para tratarnos como quienes
se conocen desde hace años, y en cuestión de minutos estaba sobre un kayak
naranja entrando al agua cálida y serena de Morrocoy.
Parece que la calma se apodera
de tu existencia cuando comienzas a navegar entre tanta tranquilidad, que solo
se quiebra cuando alguna embarcación pasa cerca con el ruido de sus motores.
Apenas teníamos pocos minutos sobre el mar y todo se había vuelto un éxtasis,
en el que provocaba olvidarse del kayak y saltar a nadar en la transparencia.
La primera meta fue
detenernos a ver estrellas de mar, quería tomarles fotos sin sacarlas del mar,
para poder explicar que esa es la forma correcta de verlas, de lo contrario las
matamos. Una foto no vale más que la permanencia de una especie tan frágil. Fue
el primer baño de agua salada del día.
Volvimos a encaramarnos en
nuestros kayaks, que debo decir que son cómodos y estables. Parece que en ese
momento hubiésemos entrado a un extraño laberinto abierto, lleno de colores
absurdos que se fundían entre sí, se hacían más vivos y luego se desvanecían
hasta hacerse transparentes, para volver a comenzar un juego que se disparaba
desde lo profundo del mar hasta lo alto del cielo. Verde, muy verde, azul,
turquesa, más azul, blanco y más turquesa transparente. Libertad y viento.
En medio de esa alucinación
arribamos a nuestra segunda parada, un inmenso bajo de arenas tan claras que
parecía que caminábamos sobre un espejo. Se abrió ante nuestros ojos esa enorme
piscina natural de agua tibia, que no pasaba de nuestras rodillas. Estar ahí
era idílico.
Todo se volvió mejor cuando
Mariana, como por arte de magia, nos sirvió una limonada fría con esencia de
vainilla, unas pequeñas galletas dulces y una copa con frutas frescas. Era el
recordatorio perfecto de que estábamos en el Caribe, en medio del trópico.
Mariana y Henry compartieron la alegría de estar en ese lugar con orgullo de
propietarios que quieren mucho su espacio y por eso lo cuidan.
Luego de este descanso
seguimos nuestro rumbo y el escenario cambió. El agua transparente se volvió
oscura y densa, la vista amplia se convirtió en angosta. Cuando el sol parecía
tostarme las piernas, fue un alivio comenzar a navegar bajo la sombra de los
manglares.
Fuimos pasando por túneles formados por la
vegetación, que hacían el instante íntimo y memorable. El ruido de las lanchas se hizo más lejano y parecía que el mundo entero había bajado la velocidad.
Un horizonte claro nos
anunció que estábamos llegando a playa Herradura, un secreto bien guardado de
Morrocoy. Está prohibido que lleguen turistas en embarcaciones con motor, por
eso no es conocida por muchas personas y le permiten a Ecokayak visitarla, porque se
trata de una actividad limpia y generosa con el ambiente.
La arena blanca estaba
caliente y el sol quemaba, era una playa pequeña y muy bonita, con colores
incesantes que invadían las pupilas, el verde de muchas de sus plantas, los
azules más oscuros en mar abierto y los tonos claros aguas adentro de una pequeña
barrera de coral, que hacía que el espacio prácticamente no tuviese olas.
A pesar de ser un diminuto
paraíso desconocido no se salvó de los problemas. Había mucha basura que llegó
con las corrientes del mar, la
vegetación estaba bastante golpeada y muchas
palmeras habían muerto por una especie de plaga que las secó, por eso nuestro
propósito era hacer una pequeña jornada de limpieza. El proyecto a largo plazo
de Ecokayak Morrocoy es ir sacando toda la basura y ayudar en la reforestación
de este encuentro de colores marinos, imperdonable que visitemos y hablemos de
Morrocoy sin hacer ningún esfuerzo para procurar su conservación.
Antes de comenzar la
recolección de desechos, teníamos que
recuperar la energía invertida en la navegación, por eso disfrutamos de un
suculento almuerzo preparado por Mariana, que se complementó con unas
hallaquitas de maíz que llevó Linda. Comimos supremamente sabroso, Mariana
tiene un don para la cocina, me contó que lo aprendió todo por herencia
familiar.
Fue un placer devolverle a
esa playa una parte de la felicidad que ella nos da, era casi un juego entrar
por los recovecos de la vegetación para sacar basura, mientras las olas nos
refrescaban los tobillos. El premio fue tomar más limonada fría y conversar a
la orilla del mar como si nada importara. Solo recordamos que las horas pasaban
y teníamos que regresar.
Los turquesas explosivos ya
casi estaban dormidos, imagino que terminan agotados de una jornada tan intensa
bajo el sol. Tan agotados como se sentían nuestros brazos con ese trayecto que
nos llevaba de nuevo a la marina, el oleaje estaba más agitado y el esfuerzo
era mayor.
Nuestros sentidos estaban
más alertas que nunca, a esa hora muchas lanchas regresan de los cayos y
pasaban una tras otra. Gracias a Dios íbamos escoltados por Henry y Mariana,
que iban como flotando en la tarde y nos indicaban hacia donde orientarnos para
no preocuparnos por el peligro que podían significar las lanchas.
El atardecer nos premió, el
silencio susurró que lo habíamos hecho bien, un baño de agua dulce nos
refrescó, una taza de café nos recibió y un infernal aguacero bajó el telón de
aquel día luminoso.
Para
navegar con Ecokayak Morrocoy
0412-3223371
ecokayakmorrocoy@gmail.com
Instagram: @ecokayakmorrocoy
(Disculpen el audio de este video, el viento y las olas querían algo de protagonismo. Lo lograron)
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