El Roraima: baño de libertad

enero 24, 2015




Por Eduardo Monzón

“El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad”. Giovanni Papini.

Un día me siguió en Instagram un muchacho estudiante de medicina, en su cuenta tenía fotos de montañas y viajes por varios lugares de Venezuela. Me interesé de inmediato en el asunto y por sus publicaciones llegué al perfil del que parecía ser su fiel compañero de viaje. Ambos contaban felices cómo recorrían a Venezuela de mochileros, con amistades y familiares, pidiendo cola en pueblitos y bañándose en cuanto río se les atravesara. Se trataba de Henry y Gustavo, eran de mi ciudad.

Revisé aquellos perfiles como si se tratara de la noticia más importante y me leí hasta el último punto del blog de Gustavo, en donde daba cuenta de sus últimas aventuras de mochilero. La conclusión de todo esto fue una sentencia definitiva, me dije: “yo tengo que viajar con esta gente porque sí”. Y como que el universo entero dijo amén.

Entre sus comentarios encontré los números telefónicos de ambos y sin pensarlo les escribí por separado, les contaba lo interesante que me parecía lo que estaban haciendo y les preguntaba cómo podía viajar con ellos, también consulté cuál era el próximo destino que tenían. Era como mucho entrometimiento junto, pero no perdía nada con preguntar. Para mi sorpresa, me respondieron con apertura, casi aceptándome de una vez en su equipo de viajes. Pero la frase estelar llegaría después: “En enero vamos a Roraima, ¿te anotas?”. No tenía espacio para lanzar el SÍ gigante que tenía en mente. Ya tenía pensado ir a Roraima luego de haber visto la película venezolana “La distancia más larga”, también había intentado, sin éxito, programar una visita a La Gran Sabana, otra a Amazonas, pero nada se daba. Por eso me pareció un milagro la propuesta de los mochileros.

Así fue como quedé incluido en el viaje a uno de los lugares más interesantes del planeta, con un grupo de gente que nunca había visto. Para cualquier persona esto sería una completa locura; para mí era la aventura perfecta, la que había estado esperando. Con el paso de las semanas tuve la oportunidad de involucrarme en la organización del viaje y pude ir conociendo a algunos de los más de 20 integrantes en la lista de la travesía, entre  los que contaban un montón de estudiantes de medicina, un tío, un papá, dos guaros, una chica de Brasil y  finalmente yo, el aparecido de instagram.

 Whatsapp se encargó de hacerme ganar algo de confianza con los que nunca pude conocer personalmente. Ya lo que quedaba era reforzar mi entrenamiento de montaña, armar el equipamiento necesario, ahorrar algo de dinero y esperar el inicio de 2015 para lo que prometía ser una aventura con todas sus letras bien puestas.

Tres goticas o un chorrito
Salimos de Valencia el 02 de enero, rumbo a Pto. Ordaz. Nos fuimos en un autobús que olía mal, le caía agua del techo y el chofer estaba amargado. Afortunadamente el buen humor del equipo fue, desde ese momento, un escudo protector frente a todos los contratiempos que se nos vendrían, la película apenas iniciaba.  Cuando uno de los muchachos le dijo al encargado del autobús que en el último puesto del segundo piso, caía agua, éste intentó desestimar el reclamo y  le respondió la que sería la primera de las frases célebres: “Cuando frenamos cae una o gotica… o tres… o un chorrito”…. WTF? El chofer amargado hasta regañó a la pobre Livist, que intentó sacar un chiste del asunto. Las goticas y el chorrito cayeron toda la noche, hasta que por fin llegamos a Pto. Ordaz, con algo de retraso por las paradas innecesarias de aquel autobús.

Después de estirar las piernas y comer algo, debíamos tomar otro autobús rumbo a Santa Elena de Uairén, aunque nos bajaríamos unos kilómetros antes, en San Francisco de Yuruaní. Pero resulta que no había pasajes disponibles a Santa Elena, debíamos esperar hasta la mañana siguiente para poder comprar pasajes y salir en la noche. Eso  iba a significar perder casi dos días del viaje, además de gastos adicionales mientras duraba la espera en Pto. Ordaz. Justamente solo teníamos dos días para visitar algunos lugares de la Gran Sabana antes de irnos a Roraima.

Pero como en Venezuela nunca falta la viveza criolla, unos señores, aprovechándose de la necesidad de muchos visitantes de llegar a Santa Elena, habilitaban autobuses fuera del terminal para prestar servicio, el único detalle era que el costo del pasaje casi triplicaba el precio regular. 1300 Bs. Debíamos pagar si queríamos llegar esa misma tarde a San Francisco. Era mucho dinero, pero tal vez menos de lo que gastaríamos si nos quedábamos en Pto. Ordaz. La decisión fue tomada: nos vamos en el bus pirata.

Caminamos una cuadra hasta una estación de servicio donde abordaríamos, todo parecía un escape clandestino, yo sentía que estábamos en peligro, que nos iban a sembrar droga en ese autobús o que nos iban a estafar. Pero no tenía otra opción que confiar, además no éramos los únicos que estábamos en aquella bomba, otros turistas, un guía y unas brasileras también optaron por la opción de los 1300.

 A pesar de la pésima atención y poca cordialidad de aquellos señores del bus pirata, el equipo estaba feliz y contento, así nos fuimos por la carretera. A la 1 de la tarde nos paramos a comer algo en un lugar en plena vía, rodeado de un pueblito solitario que no ofrecía cobertura a ningún celular. Era momento de regresar al transporte cuando nos percatamos de que el conductor había apagado la unidad. Cuando intentó encenderla, el motor no respondió.

La frase de Coelho
Por minutos solo escuchamos ese chocante sonido que emite un vehículo que se niega a prender. Nuestras caras eran un poema y no hubo rezo ni súplica al cielo que nos concediera el milagrito de poner en marcha al bus pirata. ¡En qué nos hemos metido! Pensaba yo. Me molestaba perder tiempo, uno de mis grandes deseos era recorrer el camino a la Gran Sabana con la luz del sol.

El dueño del autobús, un gocho bajito y barrigón, no nos inspiraba  confianza. Insistía en que se trataba de “un aire” que no dejaba encender el motor, pero eso se solucionaba, afirmaba él. Génesis nos dijo que ese sonido se le parecía al de una batería que ya no da para más, pero no nos quedaba otro remedio que creer en la hipótesis del aire. Fuimos demasiado pacientes, casi pendejos, pasaron 1, 2, 3 horas y nada que se solucionaba el percance. El drama volvió a nuestra película.

El guía que viajaba con nosotros debía encontrarse esa misma noche con un grupo que llevaría al día siguiente a Roraima, cuando su paciencia se agotó, le habló en tono fuerte al responsable de aquella interminable espera. Con excesivo mandibuleo caraqueño  le dijo: “O sea brother yo necesito llegar hoy, o me devuelves la plata o me resuelves porque o sea brother yo tengo una responsabilidad y o sea brother tú no me vas a dar la plata que me voy a ganar allá y o sea brother…”. Hubo cruce de palabras. Hacía falta una cámara en ese momento y que Laura Bozzo saliera gritando: ¡¡¡que pase el chofer desgraciado!!!

Era tanto el desespero del “brother”, que bajó sus corotos y se puso a pedir cola, se le unieron una chica, una señora y su nieto. Perdieron sus 1300, pero llegarían a tiempo. Nosotros seguíamos varados, estábamos molestos, preocupados y nos sentíamos culpables en medio de ese dilema, porque éramos cómplices de aquellos piratas ¡nosotros decidimos irnos con ellos! Estábamos en las manos del gocho. Saltó José Ces y retrató a la perfección aquel momento, en una frase bien grosera, pero que nos hizo estallar en risas y sería recordada en los días siguientes: “Cuando ya tienes el dedo metido en el c**o, lo que queda es menearse. Paulo Coelho”. (Inserte risas)

Eran casi las 6 de la tarde y el gocho afirmaba que el problema del aire estaba resuelto, era la batería la que no funcionaba ahora… Génesis lo había dicho hace 5 horas!!! Después de los momentos finales de tensión, donde casi recurrimos a la policía, logramos irnos en otro autobús, que cambió su rumbo para poder salvarnos. Fue un viaje bien fastidioso, las horas pasaban lentísimo.

Llegamos a San Francisco de Yuruaní poco después de la medianoche, yo no podía creerlo. Nos fuimos al campo de fútbol de aquel pueblito, armamos campamento y comimos algo, nos fuimos a dormir a eso de las 4 de la mañana, así que nadie durmió más de 3 horas, pero es que había sido mucho camino en  autobús, así que habíamos descansado bastante en el largo viaje.



    El campo de fútbol de San Francisco 

Manchita y Sarnosa
En la mañana el equipo entero estaba eléctrico y feliz, levantamos campamento y arrancamos a caminar por la Troncal 10, la mejor carretera del país según Valentina Quintero, por la que dice que “solo pasan cuatro gatos”. Éramos una parranda como de 15 locos (otro grupito llegaba al  día siguiente), caminando con morrales de entre 15 y  20 kg, así que fuimos el espectáculo para los conductores que nos saludaban, nos tomaban fotos y nos tocaban corneta. Desde la carretera vimos por primera vez a Roraima, teníamos la ansiedad a mil y las ganas de irnos ya mismo al tepuy. 




Dos perritos salieron con nosotros desde San Francisco y fueron los compañeros inseparables del grupo. Curiosamente cada perrito fue bautizado con dos nombres distintos, algunos los llamaban Manchita y Sarnosa, otros les decían Mochila y Sleeping. Los amantes de los animales del grupo (yo no era una de ellos) caminaban bien contentos jugando con ese par de amiguitos, uno de ellos había orinado mi carpa.

Debíamos recorrer a pie unos 7 kilómetros hasta Sarowapo, donde armaríamos un nuevo campamento a las orillas del río, pero en el camino un aviso gigante nos dijo que habíamos llegado al Salto Yuruaní, así que salimos disparados con la idea de  refrescarnos. Resulta que pasamos casi todo el día ahí, nos bañamos hasta que nos dio la gana en un agua sabrosísima, la menos fría de todo el viaje.

    Salto Yuruaní 

Este río tiene una caída imponente, luego tiene partes profundas y otras bajitas,  así que nos lanzamos pa'arriba y pa'bajo, siempre escoltados por Chiche, el mayor del equipo, si él se lanzaba y salía ileso, nosotros le seguíamos y nos dábamos el chapuzón. Nadamos y tomamos mil fotos, era demasiada dicha junta, mucha libertad. Nos olvidamos de todo lo que nos había pasado el día anterior. Desde ese momento dejé de saber en qué día de la semana estábamos, solo sabía que me quedaban 2 noches antes irnos a Roraima. Manchita y Sarnosa no se separaron de nosotros durante esas horas.



Ya estaba avanzada la tarde y debíamos llegar a Sarowapo, así que retomamos la caminata por la Troncal 10, no teníamos mucho rato andando cuando alguien le pidió la cola a un camión donde cabíamos todos. Conseguir cola siempre era la meta, así que celebramos y nos subimos rapidito, con aquella emoción a millón, nos estaban ahorrando unos kilómetros de caminata con el peso insoportable de esos morrales que parecían con vida propia.

Aquella fiesta causada por la cola, se convirtió en segundos en uno de los momentos más  tristes y conmovedores de todo el viaje. Cuando todos ya estábamos montados en el camión, nos dimos cuenta de que Manchita y Sarnosa se habían quedado abajo, el camión se puso en marcha y esos perritos corrieron tan fuerte como pudieron para alcanzarnos. Se nos perdieron de vista en el asfalto sin que nadie pudiera hacer nada... Algunos no perdían la esperanza de volver a encontrarlos, pero  no los vimos más.

Finalmente nos instalamos en nuestro nuevo campamento, cerquita de un río enorme, aunque rodeados de  mucha gente que no sabe convivir de verdad con la naturaleza y se empeñan en llevarse a la ciudad para todas partes. En Sarowapo pasamos dos noches en las que no solo dormía, me perdía en otra dimensión. Qué calidad de sueño, sería el cansancio.

 Al día siguiente del episodio con Manchita y Sarnosa, caminamos más todavía, serían unos 20 kilómetros en total, con un sol inclemente, pero felices en esa sabana interminable, sin nada que se atravesara entre nosotros y esos paisajes únicos que tenemos. Un cielo sin límites me hacía sentir chiquitico, pero auténticamente libre. 



Ese día conocimos la quebrada Pacheco y el pozo de agua más transparente que he visto, le dicen La piscina, aunque no nos bañamos porque había mucha gente y eso no nos agradó. Fue una jornada agotadora.

    Descansando en la Troncal 10

Esa noche estaba un poco preocupado, a la mañana siguiente comenzaba el camino a Roraima y todos sabíamos la exigencia física que eso representaba. Ese día habíamos caminado mucho, yo ya estaba tostado por el sol, no había comido suficiente y tampoco me había hidratado bien.  Aun así me sentía seguro, algo me decía que todo estaría bien. Tenía meses con un régimen bien disciplinado de entrenamiento y alimentación, así que gozaba de una excelente condición física.

Camino infinito
Por fin amaneció el 6 de enero, el día que tanto habíamos esperado. Esa mañana me logré comunicar con mi familia para decirles que estaba bien y que estábamos listos para iniciar el camino a Roraima. Nos encontramos con nuestros dos guías: Ildemaro y Germary, que resultaron ser todos unos personajes, dignos representantes de los pemones, nobles y buena gente. Yo me forré de protector solar y me encomendé a Dios para lo que venía.




Tomamos un vehículo rústico y llevamos tierra parejo por una carretera sin un granito de asfalto, después de una hora y pico rodando llegamos a Paraitepuy, un pueblito donde firmamos en el libro de Inparques y compramos las últimas chucherías en una bodeguita que es un paraíso en ese peladero de chivos. En la bodeguita tienen pegado un afiche de “La distancia más larga”, autografiado por su directora y dos de los actores. Lo vi y me sentí feliz de estar ahí finalmente, esa película me había inspirado para llegar hasta allá. Y fue justamente mientras caminábamos hacia Roraima que se anunció la nominación de esta obra a los premios Goya de España. 

 Ese día nos retrasamos y salimos a caminar como a la una de la tarde, el recorrido sería de 5 horas hasta el río Kukenan, donde debíamos acampar para seguir caminando al día siguiente. Salimos forrados una vez más,  de protector solar y repelente, porque los puri puri (los mosquitos de allá) son unos caníbales que devoraron a más de uno.




El trayecto inicial fue muy distinto a como lo imaginaba, debíamos recorrer varias colinas, algunas más inclinadas que otras, pasamos sobre varios riachuelos por pequeños puentes de madera. Y de repente, cuando teníamos un buen rato andando, se abrió frente a mis ojos ese camino infinito,  un paisaje aplastante que se me vino encima, tan inmenso, tan extraño. De nuevo llegó esa sensación de libertad auténtica, como si el alma se quisiera salir por los ojos a ver esa postal única que no encontraba límites por ninguna parte. No recuerdo haber sentido tanta libertad, nunca. Ese momento fue como un elixir para el espíritu.

    El camino hacia Roraima 

Y ahí estaban frente a mí los dos protagonistas  de esta historia, los dos tepuyes hermanos. A la derecha el Roraima, majestuoso amplio, interminable y sólido, a quien siempre vimos plano y al fondo. A la izquierda estaba el Kukenán, envuelto en mil misterios y dueño de una belleza extraordinariamente única. Los pemones dicen que este es el tepuy de las energías negativas y Roraima el de las buenas. Kukenán es asociado con la muerte, nuestro guía nos contó una noche que hace años una persona se perdió arriba y nunca la encontraron. También dicen que subirlo es más difícil y peligroso, lo cierto es que yo no podía dejar de verlo y admirarlo, ya que a diferencia de Roraima, a él podíamos verlo desde diferentes ángulos. En el medio de ambos tepuyes estaba la fábrica de nubes, le dicen así porque en esa inmensa brecha que los separa siempre está nublado.

    Parte del equipo 

Con esa vista que hipnotiza no se hacía difícil caminar, esa fuerza ancestral te empuja hacia adelante y mientras caminas te sientes más cerca de Dios. Después de atravesar el río Tek, caminamos unos minutos más hasta llegar al río Kukenán eran como  las cinco y pico de la tarde, armamos el campamento y nos dimos un baño helado en el río, yo temblaba del frío, me resbalé en una piedra y me lastimé el dedo de un pie, nada grave. 

Esa fue la noche más estrellada que he visto ¡no cabían en el cielo! Era como para quedarse hasta el amanecer viendo ese espectáculo, que no se repitió ninguna otra noche con esa misma intensidad. Pero el cuerpo necesitaba dormir. Afortunadamente José Ces, que es un duro en la fotografía, inmortalizó el momento.

    Campamento en el río Kukenán. Foto cortesía de José Ces. 

Cagantepuy
El segundo día de caminata fue un poco más agotador, otras 5 horas más bajo el sol, subiendo sigilosas montañas que de momento te dejan sin aliento. Lo agradable era ir conversando y tarareando canciones  con los compañeros de aventura. La meta era instalarnos en el campamento base, justo frente a la pared de Roraima, para pasar otra noche ahí. Había muchísima gente cuando llegamos, es el punto de encuentro entre los que van subiendo y los que van bajando.

Después de instalar campamento me fui a Cagantepuy, el lugar imaginario al que todos íbamos a hacer nuestra necesidad N°2. El tema era de dominio público, había exceso de confianza. Le dije a mi equipo a lo que iba y subí a una colinita, cuando estaba en plena faena el cielo se lanzó el atardecer más imponente que pudo, un sol gigante y anaranjado comenzó a guardarse frente al asombro de todos. Yo podía ver a los muchachos  desde donde estaba, ellos emocionados tomaron fotos y creo que alguien hasta lloró de emoción con aquel espectáculo, ellos me gritaban entre risas que nunca iba a olvidar aquella visita a Cagantepuy frente a ese atardecer. 

Era tan bonito que a cierta distancia, un grupito de gente subió a la misma colinita donde estaba yo y vieron algo más que el sol, ahí terminé de perder el poquito pudor que me quedaba. Me sería útil más adelante. Esa tarde nos bañamos en un río más frío que el del día anterior y lavé una ropa que nunca se secó.

Esa noche no fue tan cómodo dormir, el terreno era muy irregular. Apenas amaneció vimos a un Roraima tapado casi en su totalidad por una nube gigante, que probablemente nos estaba enviando un mensaje que ignoramos de la emoción. Estábamos a solo horas de llegar a la cima. Arrancamos con energía a encaramarnos en la base del tepuy, en el trayecto más inclinado, subiendo y subiendo. Al par de horas estábamos de tú a tú con la pared inmensa que teníamos días viendo a lo lejos, yo casi no la veía de la niebla que nos acompañaba, niebla que más tarde se nos convirtió en lluvia, en medio de una selva espesa.

    Roraima nublado

La cima
Ese fue el único día en el que sentía ansiedad por terminar el recorrido, en  mi mente había un solo mensaje: quiero llegar, quiero llegar, quiero llegar. Sabía que faltaba poco cuando atravesamos el paso de las lágrimas, un trayecto alucinante, donde debíamos transitar  por un piedrero desastroso, muy inclinado y bajo una caída de agua altísima, que nos empapaba y se convertía en pequeños riachuelos en nuestros pies. Pasar por ahí te deja  asombrado y sin palabras. Llevar encima el poncho impermeable era  un castigo.




Cuando nos dijeron que  faltaban minutos para llegar a la cumbre, el corazón me comenzó a latir más rápido, se me atoró un nudo en la garganta y no podía parar de reírme. Adelanté el paso y sin querer me separé de mis compañeros. Llegué solo a la cima, tiré al suelo mi morral y lloré de felicidad, fue un momento de infinita plenitud y agradecimiento. Era tanta paz, tanto triunfo que solo me salían lágrimas. Lo había logrado. Todo el que ya ha llegado te recibe con emoción y te felicita, yo me uní a aquella fiesta y compartí la alegría de  la llegada de casi todos  mis compañeros: Livist, José Ces, César, Vanesa, Rafael, Gustavo, Henry, Miguel, Mariangel, entre otros.

     Recién llegados a la cima 

La cima de Roraima es rarísima, piedras enormes  y de extravagantes formas adornan todo, hay plantas únicas, pequeños lagos, de momento hay arena como de mar.  Comenzamos a caminar en ese mundo nuevo en busca de un lugar para acampar.




 El ambiente parece la locación perfecta para una película de dinosaurios o de extraterrestres. Conseguimos un hotel chiquitico, arriba se les llama hoteles a las cuevas donde se pueden armar carpas. Como el espacio era tan reducido no se armaron todas, esa día me adoptaron Henry y mi nueva amiga de Brasil, Livia.

    La cima de Roraima 

Apenas comenzaba la tarde y ya estábamos arriba, en el cielo de la sabana, así que salimos rumbo al lugar que yo más deseaba conocer, los famosos jacuzzis de Roraima. Llovía un poco y el aire estaba frío, pero estaba decidido a bañarme, tanto así que al llegar fui el primero en quitarme la ropa. Ese debe ser, sin duda, el lugar más extraordinario en el que me he bañado, en esas pequeñas piscinas que a la naturaleza le habrá tomado miles de años en formar, aunque parece que fueron construidas por el mismo Dios. El agua es tan fría como pura y aunque no soy muy amigo de las bajas temperaturas, logré tolerar bien la falta de calor durante el baño, que no duró más de 10 minutos. De regreso al campamento pasamos la primera prueba de frío extremo, no veía el momento de llegar a la carpa. A las seis de la tarde me encerré en mi sleeping al lado de  Livia hasta el día siguiente. Henry fue más valiente y se atrevió a ir por comida.

    Los jacuzzis 

Fuerza natural
Desde que amaneció, el tepuy nos mostró sin piedad la fuerza infinita de la naturaleza: más de 30 horas de lluvia sin parar. Lluvia todo el día y toda la noche. Tuvimos que suspender la que sería la caminata más importante para conocer Roraima, habíamos decidido ir con lluvia y todo, pero después de una hora caminando entre piedras y charcos inmensos, el equipo entró en caos, estábamos empapados y  temblando por la baja temperatura. Hubo llanto. Se tomó la difícil elección de regresar al campamento, luego de eso pasamos las horas más fuertes, luchando contra el frío hasta la mañana siguiente, muchos nos quedamos sin ropa seca, yo solo estaba bien abrigado de la cintura para arriba. Del ombligo para abajo me tuve que conformar con un bóxer negro hasta el otro día. Fueron momentos realmente rudos y algo frustrantes para todos. Esa tarde y noche algunos compañeros sufrieron malestares,  todos parecíamos unos damnificados después de una vaguada. Miguel estaba desesperado por bajar del tepuy, había algo de desilusión el ambiente y el campamento estaba en desorden total.

Todavía no entendemos por qué  llovió tanto, es parte del misticismo de este lugar, nos decían que si arriba se grita mucho, Roraima se molesta y llueve, igual cuando pasa un helicóptero o alguien quiere llevarse a su casa algo que le pertenece a la madre de todas las aguas. La realidad supera a la ficción.

 Ya cuando teníamos que regresar, Roraima se despejó y nos ayudó a que se nos secara la ropa y los zapatos que nos vimos obligados a ponernos mojados, eso fue realmente desagradable. Nos despedimos del tepuy como unos sobrevivientes y comenzamos el descenso, con un paisaje que nos premiaba después de aquellas horas de pruebas.

Kukenán
La bajada  sería exigente, debíamos caminar en un solo día el trayecto que de subida recorrimos en dos. Iríamos desde la cima del Roraima hasta el río Tek, en total unas 8 horas de caminata a paso firme.  Llegué al campamento base acompañado de Mariangel, la prima guara de Henry, a quien bauticé desde el primer día como mi vecina; y de una pareja de estudiantes de Puerto Ordaz que prácticamente se unieron a nuestro equipo.




 Yo solo tenía la meta de llegar al río con la luz del sol, para bañarme sin tanto frío. Aceleré el paso y me aventuré a caminar un par de horas solo, en medio de esa sabana pacífica, el único testigo fue el Kukenán, a quien admiré por largos ratos, estaba cautivado y seducido una vez más por la magia inexplicable de este tepuy, que me pareció, en varios aspectos, más atractivo que su hermano bueno. Fue así como decidí que quería subir a la cima del Kukenán. Todavía no sé cuándo, pero lo haré.



    El Kukenan visto desde un costado 

El sol me indicaba que debía continuar caminando sin parar, si realmente quería llegar al nuevo campamento antes de las 6 de la tarde. En ese afán por avanzar  me encontré a Livist, ya cansada en su totalidad, así que la remolqué y me la llevé casi de la mano, para que no perdiera el ánimo de llegar. Cuando estábamos cerca del rio, Livist se fue en llanto, la verdad es que siempre lloraba, por todo. Tal vez las lágrimas eran su forma de exteriorizar ese huracán de emociones que todos sentíamos en esos días. También se caracterizó por sus constantes caídas, de las cuales siempre salía ilesa, afortunadamente.

Pero Livist es una campeona, y como campeones llegamos, bien contentos a río Tek, con la luz del sol como me lo había propuesto. Nos unimos a Barragán, a Alfredo y a otros turistas, en un baño frío y restaurador, en el que me lavé sin pena todo lo que me tenía que lavar, desatando las risas de Barragán. Esa noche me levanté en la madrugada como un sonámbulo buscando agua, estaba deshidratado y no me había dado cuenta.

La subida del diablo
Amaneció y yo ya no quería dormir una noche más en el suelo, la espalda me lo reclamaba. Esa mañana terminaba el retorno de Roraima, salimos rumbo a Paraitepuy y yo soñaba con tomarme un refresco en la bodeguita. Ese día  fue agotador al extremo, estábamos arrastrando el cansancio y los dolores de la maratónica jornada anterior. Las subidas nos dejaban con la lengua afuera, las bajadas intensificaban el dolor en las pantorrillas, la espalda estaba como pinchada con agujas por el peso del morral. No había comodidad en nada.

Caminábamos por instinto, tal vez inspirados por una de las frases que siempre nos repetía nuestro guía cuando el cansancio lo golpeaba: “renuncio a la flojera”.
Lo más grato de aquella extenuante caminata final, fue charlar con Livia, que siempre se paseaba entre el portugués, el español y el inglés. Conversamos sobre cómo el destino nos llevó a Roraima, ella había conocido a Henry hace 3 años en Canadá y por Facebook se concretó su visita a Venezuela. Yo le conté  a detalle mi historia de Instagram. Coincidimos en que el algún lugar estaba escrito ese viaje para nosotros. Livia se llevó a Brasil  nuevos amigos y mucho cariño venezolano.

Cuando por fin parecía que estábamos llegando al pueblito, debíamos pasar por una última subida, en donde por primera vez sentí que no podía más, mi vista se nublaba y mis pasos se hicieron más cortos y lentos. Me desvanecía bajo  aquel morral rojo. Respiré profundo varias veces y fue así que pude llegar. Qué alivio tan grande fue soltar el peso, quitarme los zapatos, la franela y tomarte un refresco bien frío.

 Cuando le contaba a los demás lo que me había costado pasar por la última subida, varios me respondieron que se habían sentido igual, fue cuando uno de los lugareños que nos escuchaba nos dijo que esa era la subida del diablo, le decían así porque todo el que va llegando pasa trabajo en ese pedacito de camino. Nos quedamos un rato sentados en una mesa, José Luis, como siempre atento con todos, nos brindó cerveza y pinchos de carne con picante. Fue una auténtica y merecida celebración. Tomamos nuestro carrito y salimos rumbo a San Francisco.


          De derecha a izquierda: Génesis, José Luis, Alfredo, Livia. Después de mí, Ildemaro, nuestro gúia. 

La tranquilidad hecha pueblo
De vuelta en San Francisco de Yuruaní, el equipo se dividió: unos agarraron de una para Santa Elena, buscando desesperados salir para Valencia. La otra mitad (donde estaba yo) se quedó  esa noche en el pueblito,  en una posada sencillita pero con camas y ducha, todo un lujo después de 8 días durmiendo en el suelo y bañándonos en ríos.  Luego de descansar  íbamos a celebrar con alguna botella de algo, pero la posada se nos convirtió en una sala de  emergencia, en la que Ángel puso en práctica su vocación de servicio como futuro médico, atendiendo a los que tenían malestares estomacales y a Gustavo, el líder del viaje, que pasó trabajo con una otitis desde que se bañó en los jacuzzis. Esa noche todo estaba en calma, en aquella posada ninguna puerta estaba cerrada, todo era libre y seguro. Antes de dormir tuve una corta conversación que nunca olvidaré.

Al amanecer, San Francisco estaba casi sin gente, éramos los últimos turistas, así que vimos a ese pueblito en su estado natural, fresco y con una tranquilidad inexplicable, como una playa desolada en la ni el mar hacía ruido. Estaba todo tan tranquilo que ni transporte había, comenzábamos a enterarnos de lo que ocurría en el país y nos hablaban de un fulano paro nacional. No teníamos cómo llegar  ese día a Pto. Ordaz, pero nadie estaba preocupado, todos relajados y felices como si no hubiese un mañana.

Esa tarde logramos lo impensable: conseguir que nos dieran la cola hasta Pto. Ordaz, eran 8 horas de carretera. Unos misioneros de Brasil nos hicieron ese favor. Era una camioneta tipo pick up, así que unos se fueron adelante y el resto en la parte de atrás. Me despedí de la Gran Sabana en pleno día, viendo todo lo que no pude ver cuando llegué, orgulloso de saber que ese paisaje era de mi Venezuela, es decir, mío.

Esa noche descansamos en una posada buenísima en pleno Pto. Ordaz, con una ducha de la que no me quería salir. Al día siguiente, finalmente salimos rumbo a nuestras casas. Ya en el autobús pasamos de noche sobre el río Orinoco, tuvimos un momento sagrado y sublime, que de seguro será atesorado por todos los estábamos ahí, sería muy complicado intentar explicarlo. El 14 de enero amanecimos en Valencia.

Para describir este viaje tendría que citar nuevamente a Valentina Quintero, esos días fueron “baños de arraigo, enjabonadas de orgullo”. Y yo diría que con champú de libertad.

    Al fondo el paso de las lágrimas





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6 comentarios

  1. Me transportaste a tu aventura y me aumentase las ganas de vivir tan extraordinaria, única y espiritual que puede un ser humano tener. Definitivamente y sin titubeos quiero bañarme con ese "champú de libertad" ☆

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  2. Gracias por contar tu experiencia. Esto estana buscando para prepararme. Ahora me tocara a mi el proximo 19 de abril hacia el roraima. Acompañado con mi compañera de vida. Despues les contare. Mi instagram @pedrolm86

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  3. Gracias por contar tu experiencia. Esto estana buscando para prepararme. Ahora me tocara a mi el proximo 19 de abril hacia el roraima. Acompañado con mi compañera de vida. Despues les contare. Mi instagram @pedrolm86

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  4. Me siento tú. No sabia de la existencia de los bloggers hasta hace un mes... Y leer tu historia me hace querer unirme a ustedes, al igual como lo hiciste. Los admiro, y estoy seguro que vivir una vida de mochileros en el país es la mejor manera de conocer a Venezuela.

    Recién escuche tu entrevista con Valentina Quintero, muy buena y qué suerte has tenido. Sigan Así!

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