Península de Paria: se queda para siempre
junio 19, 2015
Viajar es como comer.
Algunos viajes se parecen tanto a degustar platos tan exóticos y abundantes,
que al llegar a casa hay que tomarse el tiempo para digerirlos e
interpretarlos. Por eso esperé más de un mes para sentarme a escribir mi
crónica de Paria.
Me
voy
Soñaba con conocer la
Península de Paria, este era uno de esos destinos en los que pienso
obsesivamente cuando quiero ir. Era el lugar que tenía más ganas de visitar
después de haber ido a la Gran Sabana, algo me llamaba y estaba dispuesto a hacer lo necesario para
irme. Era tanto el desespero por Paria que no me importó mandar todo al carrizo
durante 10 días, dejé congelados todos mis compromisos laborales y personales, hasta me perdí los cumpleaños de
mis dos hermanos. Simplemente dije me
voy.
El equipo con el que he
hecho casi todos mis últimos viajes se fue reduciendo esta vez, muchos no
podían porque era una salida atravesada. Algunos tenían pensado llegar a mitad de la aventura,
pero nunca llegaron. Al final quedamos solo Gustavo y yo. Gustavo se ha
convertido en un buen amigo y aliado,
compartimos esa infinita curiosidad por Venezuela, interpretamos al país de una
forma muy similar y tenemos ideas muy parecidas en cuanto al tipo de turismo
que hacemos y promovemos.
Nuestros viajes no son vacaciones, son como un
trabajo en el que somos muy meticulosos, siempre estamos pendientes de tomar
las mejores fotos, reunir la mayor cantidad de información, conocer los lugares
y personajes emblemáticos, probar las comidas típicas, evaluar los servicios y
oportunidades del turismo en cada región, etc. Él estaba empeñado en ir a Paria
por segunda vez para ver el desove de las tortugas marinas. A mí me parecía
interesante el asunto, pero no le daba mucha importancia. Yo no soy amante de
los animales y apenas estoy comenzando a relacionarme de mejor manera con las
especies que forman parte de esa naturaleza que disfruto y defiendo.
Agua
de la tierra
Después de rodar toda una
noche amanecimos en Cumaná, me puse contento al ver el mar y esas montañas lejanas
del otro lado del agua, que por mis cálculos eran de la Península de Araya. No apartaba la
vista de la ventana mientras rodábamos a Carúpano. En el trayecto íbamos
siempre por una carretera pegada al mar.
Hacienda Aguasana |
Las aguas termales fueron lo
mejor del mundo, más de 15 pozos de agua caliente, cada una con una temperatura
distinta. Al final hay un pozo de barro extraordinario, te llenas de pies a
cabeza, te secas como una estatua y te remojas como trapito sucio en agua
calientica. Es un encuentro cercano con la madre tierra que te deja como nuevo
y bastante relajado. No dejen de visitarlas, hay hasta una posada si se quieren
quedar. Pueden encontrar toda la información en su página web
Metido en el pozo a 40°C |
Nosotros nos sacamos el barro y arrancamos para Carúpano, teníamos que llegar a
Río Caribe ese mismo día. No encontrábamos transporte para salir de la
hacienda, así que caminamos un par de kilómetros hasta que alguien nos dio la
cola hasta Tunapuy, de ahí tomamos un autobús para Carúpano y luego otro hasta
el pueblo que nos esperaba.
Puro barro sanador |
Asalto
a los negritos
Río Caribe es un poblado que
tal vez no te sorprende mucho al llegar, pero poco a poco te va mostrando sus
encantos hasta que sientes que te quieres quedar para siempre. Este es el
verdadero paraíso de las empanadas, las venden a cada media cuadra y son únicas.
Ahí me comí la empanada de cazón más sabrosa del universo. El lugar es bastante tranquilo para vivir, me hizo
sentir en la Venezuela de 1997, la gente todavía se sienta frente a sus casas
por las noches, caminan libremente y no sienten miedo. Los veía a todos
felices. En la mañana puedes comprar pescado fresco y frutas en el malecón, desde
donde es imperdible el atardecer. Por eso me gustó tanto este lugar.
Atardecer en el malecón de Río Caribe |
En Río Caribe no pudimos
acampar, así que caminamos medio pueblo buscando una posada económica.
Terminamos en una muy rara, que además de posada hace de residencia a varias
personas, puros negritos que hablan extraño. Presumimos que son de Trinidad y
Tobago, que está muy cerca de Paria. Despertamos muy temprano, Gustavo anotó en
mi libreta lo que comeríamos en el día y el dinero que íbamos a gastar
comprando lo que faltaba. Teníamos el dinero contado, por eso Gustavo llevó
nota de los gastos durante todo el viaje, con una disciplinada paciencia que yo
no tengo. Desayunamos el Flips con leche más sabroso de la historia y armamos
un plan comando para robarnos el agua fría de la nevera de los negritos.
Yo estaba nervioso, no sirvo
para esas tremenduras. Todos dormían, así que no podíamos hacer nada de ruido.
Llenamos nuestros potes con el agua fría pero no podíamos dejar vacíos los de
la nevera, así que los llenamos con agua de chorro. No aguantaba la risa,
espero que esta crónica nunca se lea en Río Caribe y si llega por allá, les
pido perdón negritos trinitarios, puedo decir en mi defensa que fue idea de
Gustavo.
Pescado en el mercado |
Salimos a comprar pescado y
otras cosas en el mercado del malecón, de ahí nos fuimos a la parada para agarrar el único transporte
que sale en el día para playa Pui Puy, una de las más populares de Paria. Este
transporte es muy particular, son camiones o camionetas tipo pick up a los que
les adaptan asientos en la parte trasera y les colocan techo. Así que vas
rodando al aire libre. En la carretera iba sorprendido con la vegetación de
Paria, muy verde y frondosa, hay árboles de todos los tamaños, flores y muchas
plantaciones de cacao por todas partes.
Suspenso
y sorpresa
Llegamos a Pui Puy en menos
de dos horas y no podía creer lo perfecta que era, íbamos a disfrutar de las
bondades de viajar en temporada baja y en días de semana: no había nadie. No
hay nada que valore tanto como una playa sin gente, en el lugar solo estaban
los guardianes de las cabañas que alquilan a turistas y el restaurante de la
playa. Al final de la orilla y a bastante distancia de nosotros, estaban las
personas que viven en una pequeña comunidad frente al mar.
Playa Pui Puy |
Almorzamos sopa de pescado
preparada por nosotros, nos dimos un baño, hicimos el intento fallido de subir
a la montaña que bordea la playa y echamos cuentos hasta que se escondió el
sol. Fue entonces cuando nos preparamos para ver a las tortugas. Ir a Pui Puy
no era casualidad, es una de las playas a donde llegan más tortugas de la especie
cardón, son gigantes que pueden llegar a medir más de 2 metros y pesar hasta
600 kilogramos, viajan por los mares de todo el mundo y en determinadas fechas
del año, por una misteriosa causa que de desconoce, vuelven a la misma playa en
la que nacieron para dejar sus huevos. Solo lo hacen de noche. Yo pensaba que
íbamos a ver tortugas chiquiticas y resulta que se trataba de las más grandes
del mundo.
No había ninguna certeza de
que esa noche llegara una, la única forma de verlas era hacer guardia y caminar
de lado a lado cada cierto tiempo por la playa, que no mide menos de 1
kilómetro. Es una tarea titánica y agotadora que muchos voluntarios hacen con
frecuencia para cuidar los huevos de las cardón, en peligro crítico de
extinción. Pero esa noche no había voluntarios, éramos solo Gustavo y yo. Juan,
guardián de las cabañas, colabora con las fundaciones que cuidan de las
tortugas, pero no siempre hace las caminatas.
Hicimos la primera ronda
como a las siete de la noche, debo confesar que estaba aterrado, todavía no
tenía certeza de lo seguro que era el lugar, la playa estaba totalmente oscura
y teníamos cerca a dos comunidades, alguien podía merodear y ver a par de
extraños caminando en la playa con una linternita. Así que de lo menos que
estaba pendiente era de las tortugas, intentaba vigilar a la distancia, para
ver si alguien se movía entre la poca luz que rodeaba las palmeras.
En ese momento pensaba de
todo: qué necedad-qué hago yo aquí-va a venir un malandro-por qué a Gustavo le
gustan las tortugas-tengo sueño-estamos locos. En la primera ronda no vimos
nada, nos devolvimos al campamento a dormir hora y media. La alarma estaba
programada para sonar antes de la medianoche.
Salimos de la carpa, había
frío y ya se había ocultado la luna, buena señal según Juan, nos dijo que las tortugas salen sin
luna. Comenzamos a caminar y esta vez no estaba tan nervioso, pero si algo
incrédulo, de momento sentía que perdíamos el tiempo. De golpe nos topamos con
unas huellas gigantes en la arena, las estudiamos y definitivamente eran de una
tortuga que probablemente salió mientras dormíamos. Eso nos dio ánimos, era la
señal de que realmente podíamos encontrar una. La noche se llenó de misterio y
suspenso, yo sentí un susto enorme en el
estómago, teníamos muy poca visibilidad y avanzábamos lentamente, con la mirada
fija en la arena. Gustavo iba alumbrando de lado a lado con la linterna, como en
líneas diagonales. La luz amarilla dio con algo gigante y negro. Le dije ¡MIRA!
Creo que solté un suspiro, pero veloz, como de asombro. Más que un suspiro fue
como tomar una bocanada de aire. Me quedé frío.
Ahí estaba, un animal
inmenso y desconocido para mí, posado en
la arena y moviendo sus aletas. Percibía la emoción de Gustavo, él soñaba con
ese momento. Yo no lo esperaba tanto como él y aun así me sentía insólitamente
sorprendido y emocionado. Qué instante tan extraño. Fuimos bajando poco a poco
de aquella brusca ebullición de emoción y había que hacer algo. Yo no me
atrevía a acercarme, mucho menos a tocarla. Gustavo se había documentado
ampliamente y sabía que no podíamos alumbrar a las tortugas con luz blanca,
entonces comenzamos a usar una pequeña linterna con luz roja. Nos acercamos
poco a poco para ver a la tortuga abrir un hueco en la arena con sus aletas
traseras, se supone que ahí dejaría sus huevos. Pero estaba muy cerca del mar,
una ola llegó fuerte a la orilla y arruinó el huequito que la tortuga había
hecho con increíble precisión. Así que la tortuga dio medio vuelta, se movió un
poco y se regresó al mar. Gustavo y yo quedamos como quien se acaba de bajar de
una montaña rusa, esa noche no pudimos tomarle buenas fotos. Con esa impresión
quién podía dormir. Nos fuimos a conversar del sobresalto tan grande que nos habíamos
llevado. Creo que como a las tres de la mañana hicimos una nueva caminata, pero
no vimos nada.
Despertamos muy temprano,
desayunamos algo y nos volvimos a acostar al aire libre, cada uno bajo un
cocotero que diera sombra. Que descanso tan auténtico, frente a esa costa
inmensa y solitaria que nos regalaba el sonido de las olas. El calor nos
despertó y nos alistamos para ir a conocer una nueva playa. Le dejamos los
morrales a Juan o a su compañero, no recuerdo. Nos fuimos caminando a la
comunidad que está en la vía que conduce a Pui Puy y conseguimos a un chamo que
nos hiciera la carrera en su moto hasta Playa Medina, la más famosa de Paria.
Todo
lo que nace, muere
Una vez leí que Playa Medina
es tan bonita que parece de mentira. Es que hasta la carretera que conduce a
ella parece sacada de un sueño, la vista te deja sin aliento cuando te detienes
al borde de la vía para verla desde lo alto.
Creo que solo solté uno de esos “guaooooo”, lentos y alargados que brotan del pensamiento cuando
un paisaje me toma por sorpresa. Tomamos fotos y nos volvimos a encaramar en la
moto para entrar triunfantes, como Jesús a Jerusalén, en medio de numerosos y
altos cocoteros que nos abrieron paso a un mar esmeralda, exageradamente bonito.
Playa Medina desde la carretera |
Me bañe más que contento en
ese mar de película, casi vacío, no me cansaré de repetir que las playas sin
gente son lo máximo, es mi lujo millonario. Después cumplimos con nuestra
sagrada rutina de caminar de punta a punta la playa, para fotografiar todos sus
ángulos, y luego fuimos buscar los senderos que nos permitían subir a la
montaña. Es algo que no puede faltar, siempre decimos “vamos a encaramarnos,
pues”.
Subir las montañas costeras
es complicado y peligroso, pero yo lo disfruto mucho, poca gente las sube y no
saben de lo que se pierden, son las mejores vistas de la playa. Una vez arriba
capturamos todas las imágenes que pudimos con nuestras cámaras y bajamos para
vivir el momento estelar del día.
La vista de Medina desde la montaña |
Vimos a lo lejos a una
señora de aspecto humilde y avanzada edad, con una franela de hombre, bermuda
de jean, una flor de cayena adornando su
oreja y una cesta encaramada en la
cabeza. Ya sabíamos que se trataba de Eulogia, un personaje muy famoso de este
lugar. Ella es el ícono indiscutible de Playa Medina. Creo que pasará a ser una
leyenda de Paria, siempre recordada con su flor y sus conservas, la más
auténticas y sabrosas que he probado. Si fueron a Medina y no la conocieron,
perdieron el viaje.
Eulogia con se cesta en el coco |
Eulogia tiene más de 20 años
vendiendo sus conservas, tiene que caminar parejo desde su casa. Es el retrato
de los orientales: feliz, salía, bochinchera y confianzúa. Se mete contigo, te
chalequea, te canta y te dice refranes. ¡Es única! La quieres al instante,
además tiene un tono de voz y una forma de hablar sumamente particulares.
Cuando vino a saludarnos nos pidió agua, tenía la boca seca. Su sentido del
humor siempre estuvo presente, nos respondía con frases melodiosas todo lo que
le preguntábamos, hasta nos contó la historia de sus hijos.
Las conservas de Eulogia |
Ese día tenía conservas de
coco con piña y plátano con cacao. Aunque estaba empeñada en que le comprara de
los dos sabores, solo le compré la de plátano con cacao. Cada conserva cuesta
100Bs, pero es un bloque gigante, con una textura totalmente diferente a
cualquier conserva que hayan podido probar. Si me preguntan a qué sabe Paria,
les diría que a las conservas de Eulogia, qué sabor, tan caribeño, tan
increíble, era la unión perfecta del plátano, el chocolate y el papelón. La
verdad es que son suculentas, muy dulces. La conserva nos duró como tres días
de lo grande que era, me la comía poco a poco y siempre recordaba a la viejita
Eulogia.
Ella siempre lleva una flor
en la cabeza porque nació en un lugar que se llama Mis Cayenas, esa flor la
representa y la hace icónica. Cuando ya estábamos por irnos, Gustavo le dijo
que la cayena que portaba ya se estaba muriendo, nos respondió con firmeza una
frase que se nos grabó: “todo lo que nace muere, todo lo que muere es porque
nació, y si algo no quiere morir, que no nazca”. Le dimos un abrazo a Eulogia y
nos fuimos con Mario, nuestro mototaxista que ya había vuelto por nosotros.
Eulogia es un recuerdo muy feliz de este viaje, me alegra mucho haberla
conocido. Playa Medina no será lo mismo
el día que ella ya no ande caminando por ahí.
La
tortuga bipolar
Cuando volvimos a Pui Puy
nos dimos cuenta de que una familia había llegado a hospedarse en una de las
cabañas, eran dos parejas de adultos y una niña. Eso fue como una invasión,
sentimos que nos estaban quitando en pedacito de la playa que ya era toda
nuestra y no queríamos compartir con nadie. Teníamos hambre y nos pusimos a
preparar la cena muy temprano, yo me aparté un momento hacia la orilla para
fotografiar el atardecer, que mostraba su último destello de sol.
Mientras tomaba mis fotos me
llevé otra mega sorpresa cuando vi a algo gigante saliendo del agua, una
tortuga rebelde que decidió salir de día. ¡GUSTAVO MIRA! Grité a todo gañote y
salí corriendo, intentaba tomarle fotos pero de la emoción quedaron malísimas.
Al instante llegaron Gustavo, Juan y todos los integrantes de la familia
invasora.
La tortuga saliendo del mar |
La tortuga comenzó su faena, mientras todos la mirábamos atónitos, en
esos momentos cruzamos palabras con los recién llegados a la playa, nos
contaron que eran de Maturín y unas cuantas cosas más, nosotros les contamos
que estábamos acampando ahí únicamente para ver a las tortugas. Esta que nos
sorprendió al final del día tampoco puso sus huevos, dio vueltas y se fue. Quedamos
picados nuevamente. Juan nos dijo que seguro volvía más tarde. Y así fue, pero
muy cómico. Ya entrada la noche la tortuga salió, se movió como un metro en la
arena y se regresó al mar. Fue cosa de dos minutos, por eso bautizamos a esa
tortuga como la bipolar, nos imaginamos a la tortuga diciendo: “Hola, vengo a
desovar. Ya no quiero, chao”.
Nos fuimos a dormir y caímos
molidos de cansancio, no recuerdo si en la madrugada hicimos patrullaje o
Gustavo fue solo y yo seguí durmiendo. Tampoco recuerdo si fue la primera noche
que decidimos dormir al aire libre a pesar de los mosquitos. Si recuerdo que
despertamos muy temprano, con un amanecer apoteósico, de esos que no ves muy
seguido.
El amanecer en Pui Puy |
Nuestra
familia
El viaje estaba en ese momento clímax, en el
que te pasan tantas cosas increíbles juntas que parece que perdemos la
capacidad de asimilarlas. Mientras guardábamos las cosas para irnos a conocer
otro lugar, nos llamaron los visitantes de la playa para ofrecernos arepas y
café. Nos quedamos sorprendidos, son esos gestos de bondad que te muestran lo
bueno que es el venezolano. Ahí conversamos mucho mejor con aquella familia,
que sintió el deseo de apoyarnos porque les recordamos a sus hijos, alejados de
ellos porque estudian en otros estados de Venezuela. Nos dijeron que les
sorprendía lo aventureros que éramos y ese amor tan elocuente por Venezuela y
la naturaleza. Desde ese momento se convirtieron en nuestra familia, ya no eran
los invasores de nuestra playa, eran unos extraordinarios venezolanos que nos
daban una lección de humildad y hermandad.
Nuestra familia adoptiva de
Pui Puy nos dio un desayuno fenomenal, no conformes con eso nos dieron unas arepas
para comer en el día y nos invitaron a la parrilla que harían en la noche para
festejar el cumpleaños de uno de ellos. Gustavo y yo les dimos las gracias como
50 veces y arrancamos a caminar para Chaguarama de Sotillo, una playa inmensa a
la que queríamos ir. Caminamos cerca de dos horas para poder llegar, por la vía
atravesamos dos caseríos, ya nos sentíamos parte del lugar, ya la gente nos
saludaba porque sabían que estábamos durmiendo en Pui Puy. Entramos a una
capilla que estaba llena de niños sonrientes, los saludamos y seguimos. Me
gustaba esa sensación de seguridad, de estar rodeados de gente buena y
sencilla. Por eso les digo que no toda Venezuela está llena de maldad y
delincuencia, solo hay que darnos la oportunidad de salir de la ciudad. Somos
más los buenos que los malos.
Chaguarama de Sotillo |
La playa en Chaguarama es
inmensa, larguísima y muy bonita. Tiene olas fuertes, por eso es visitada por
muchos surfistas. Va poca gente porque la vía es apta solo para vehículos
rústicos, aunque también se llega en peñero. Ya conocen nuestra rutina de
playa: felicidad porque no hay gente, caminarla toda y subir a la montaña. Así
lo hicimos, verla desde lo alto fue fenomenal, me recordó a Playa Grande en
Choroní. Al bajar nos bañamos un rato largo, nos comimos las arepas que nos dio
nuestra familia y compartimos con unos pescadores que reparaban su red, uno de
ellos nos regaló unos cocos que él mismo picó para que pudiéramos beber el
agua. Demasiado panas estos orientales.
Chaguarama desde la montaña |
Nos despedimos de
Chaguaramas y arrancamos a caminar porque sabíamos que el camino era largo.
Pero nunca nos falta Dios, nos dio la cola una pareja que iba a Pui Puy a
buscar información sobre las cabañas. Como llegamos rápido decidimos aprovechar
el tiempo, teníamos pendiente encaramarnos en la montaña de Pui Puy, a lo lejos
veíamos que en la pequeña cima había una especie ranchito de palma que prometía
ser buen mirador para el atardecer. Habíamos intentado subir el día que
llegamos, pero tomamos el sendero equivocado.
Cuando llegamos al extremo
de la playa vimos a un montón de niños jugando de lo más felices en la orilla
del mar, los niños nos saludaron, eran los mismos que habíamos visto en la
mañana en la capilla. Estos pequeños son pura nobleza, la alegría les brilla en
las pupilas. Viven en una pequeña comunidad al final de la playa, todos caminan
más de una hora para llegar a su escuela y están claros en que tienen que
cuidar a las tortugas marinas, también saben lo que quieren ser cuando sean
grandes. Conversamos un rato largo con ellos, los vimos jugar y desde ahí les
tomamos mucho cariño. En ese momento nos extendieron una invitación para
conocer a sus papás y sus casitas, así lo hicimos, caminamos descalzos por todo
eso. Esos niños también se convirtieron en nuestra familia.
Los niños de Pui Puy |
Por fin encontramos el
sendero correcto para subir al mirador, es una subida bien empinada, hay que
guindarse como Tarzán por varias cuerdas amarradas a los árboles. Arriba la
vista es perfecta, se observa toda la playa y se disfruta de esa forma tan
auténtica que tiene Paria de unir a la montaña, al bosque y al mar. Me podía
quedar mirando ese contraste por horas. En el mirador alguien dejó una silla,
fue ideal para disfrutar de un atardecer irrepetible.
El atardecer desde la montaña |
Al bajar nos encontramos con
nuestra familia, ya tenían lista la parrilla y nos unimos a la celebración,
comimos muy sabroso y cantamos cumpleaños. Esa noche se sumaron a la búsqueda
de tortugas, quedamos en avisarnos si alguno las veía y el resto dormía. Así lo
hicieron.
Nuestra familia adoptiva |
A medianoche nos despertaron para avisarnos que una tortuga había
llegado a la orilla, salimos emocionados, era la tercera noche seguida que las
veíamos, esta si puso sus huevos y nos permitió maravillarnos con la magia de
la naturaleza. Fue la única noche que les tomamos fotos con flash, Juan nos
dijo que una bióloga que había estado unos días antes les tomó fotos después
del desove y que en ese momento se podía usar algo más de luz, porque la
tortuga queda como hipnotizada después de soltar sus huevos. Nosotros con la
emoción lo hicimos, aunque después supimos que nunca es correcto usar flash, ni
antes ni después del desove. Fue un
error por falta de información.
Y me atreví a tocarlas |
Gustavo no se lo creía |
Al despertar en la mañana
siguiente volvimos a desayunar con nuestra familia y nos despedimos de ellos
con mucho cariño. Luego arrancamos para el caserío de Pui Puy a conocer una
playa secreta, a la que solo saben llegar los lugareños. Hay que caminar por
puros sembradíos de cacao y es muy fácil perderse. Los niños nos guiaron una
parte del camino y después seguimos solos. Nos perdimos pero nos sirvió para
conocer más, cuando casi tirábamos la toalla, encontramos el sendero correcto y
pudimos llegar a Playa Pulga, imaginamos que le dicen así por lo pequeña.
Playa Pulga |
Es
sorprendente, casi no tiene espacio en la arena, está toda cubierta por la
abundante vegetación que baja de la montaña. Caminamos hasta un farallón en el
que había miles de mejillones, nos
trajimos muchos para la cena. Comimos temprano para dormir, nos teníamos que
despertar a las tres de la mañana para poder tomar el único transporte que
salía para Rio Caribe. Aun así Gustavo salió a caminar de madrugada y encontró
a la última tortuga que vimos, fue a despertarme y fui con él a verla desovar,
Gustavo buscó palos y palmas para marcar el nido donde dejó sus huevos. Fue
nuestra despedida de las tortugas, lo recuerdo con emoción. En Playa Pui Puy
dejé un hogar, un espacio al que siempre voy a querer volver.
Pescado
regalado
Al volver a Río Caribe nos
comunicamos con nuestra familia en Valencia para que supieran que estábamos
vivos, hicimos algunas compras y decidimos cuál sería la próxima playa a la que
iríamos. Fue en este rato que conocimos un poco más del lado no tan bonito de
Paria. En esta zona no hay delincuencia común, se habla muy poco de robos o
muertes violentas. Pero hay un secreto a voces que todos conocen, un mal que se
mueve bajo el suelo como aguas negras: el narcotráfico. Mucha gente vive de la
droga, se aprovechan de la posición geográfica de la península para
comercializar estas sustancias ilegales con Trinidad y Tobago, y otras islas
del Caribe. Los cuentos son de terror y la impunidad total. Espero que cuando
tengamos un gobierno serio, se logre convencer a esta gente de que es mejor que
vivan del turismo de que la droga, el potencial turístico de Sucre es altísimo,
incalculable.
Decidimos irnos San Juan de Unare, un pueblo que viene siendo
un “Medellín de los 80” en Paria. Donde hay muchas lanchas de pescadores, pero
pocas son usadas para pescar, son para el narcotráfico. Escuchamos historias de
gente que tiene cajas llenas de dólares que no saben en qué gastar, por eso se
roban entre vecinos. De San Juan nos fuimos caminando hasta Sipara, una playa
con una comunidad que nada tiene que ver con las cochinadas que les acabo de contar,
es un lugar con la gente más noble y buena que se puedan imaginar. Hay un dato
curioso con los nombres de los lugares en Paria, los escriben de diversas
formas, parece que da igual Sipara que Cipara y Pui Puy que Pui Pui.
Nos habían dicho que en Sipara
la gente era tan buena que regalaban pescado,
no lo creía hasta que, en menos de media hora de haber llegado al lugar,
Gustavo fue a caminar y llegó con par de pescados en las manos. Por cierto, la
playa aquí es cosa de otro mundo, la arena es rarísima, de hecho no es arena,
son millones de diminutas piedras blancas y grises. El paisaje es muy bonito.
La vista de Sipara |
Nos acercamos a la comunidad
y conocimos a David y su esposa, ambos son bastante jóvenes y tienen un bebé.
Viven de la pesca y son voluntarios protectores de las tortugas cardón. Desde ese momento nos recibieron como su
familia y nos contaron que la vida en Sipara es muy Tranquila, nada que ver con
San Juan de Unare, aun así nos ofrecieron que instaláramos el campamento frente
a su casa para estar más seguros. Al final nunca usamos la carpa en Sipara,
decidimos dormir al aire libre frente a la casa de David, en un pequeño
corredor.
David y su familia |
Yo nunca en la vida había
limpiado un pescado y teníamos que cocinar los que nos habían regalado. Gustavo
tampoco sabe nada faenas costeras, pero es más inventador que yo, sacó su
navaja se puso a jurungar el pescado. David y su familia se dieron cuenta de
que Gustavo no tenía ni la mínima idea de lo que hacía, en cuestión de segundos
estábamos sentados en la cocina de la mamá de David, ella misma nos puso a
freír los pescados, nos hizo arepas y nos regaló unos cambures. Estaba
sorprendido con la nobleza y el genuino deseo de servir de estas personas,
tanta gentileza hace que se te infle el corazón de admiración por lo bueno que
es el venezolano.
La
mar
Íbamos a regresar al día
siguiente, pero David nos invitó a ir con él a pescar en la mañana. No podíamos
perder semejante oportunidad. Muy temprano nos montamos en la lancha y nos
fuimos a “la mar” como ellos le dicen, para ver cómo era su jornada de pesca,
todavía no salía el sol y hacía frío.
Encaramados en la lancha con los pescadores |
Fueron 5 horas en el agua, 600 kg de
pescado Corocoro, usaron una red de 800 mts que habían dejado anclada en el mar
el día anterior. Fue una experiencia única, de aprendizaje y admiración hacia
estos trabajadores del mar. Me parecía mentira haber navegado tanto, estábamos
lejísimos de la orilla, veíamos un paisaje impresionante de todas las montañas
de la península, fue una mañana diferente y muy aventurera, además una forma
muy genuina de conocer la identidad de esta gente a través de su trabajo. Lo
cómico es que después de tantas horas en esa lancha que se movía tanto con la
fuerza del mar, era normal sentirse algo mareado, yo terminé como un borracho
vomitando, pero ahí mismito me mejoré.
600 kg de corocoro |
Esa tarde Caminamos por la
playa hasta Boca de Cumaná, para conocer el único río que pudimos ver en Paria,
nos fuimos caminando por toda la corriente montaña adentro y bañándonos en
pozos cristalinos que iban apareciendo en el camino.
El río en Boca de Cumaná |
Era una tranquilidad
insólita, solo se escuchaba el sonido del río y el de las aves. Al volver me di
un baño en una ducha muy cómica que tienen en Sipara, es una manguera
encaramada en unas paredes de lata, te paras en un pedazo de madera y te bañas
contento. Esa es una ducha comunitaria, el que quiere la usa. Me disfrutaba
mucho ese pedacito de vida de pueblo, caminaba con mi toalla por ahí como si
nada, me vestía en la acera frente a una casa y era tan normal, tan simple. Tan
feliz que no me lo creo.
En la
noche cuadramos con un muchacho que nos llevaría con su moto a las tres de la
mañana hasta San Juan, para poder agarrar transporte hasta Río Caribe.
Despertamos muy temprano y nos avisaron que el chamo no podía llevarnos porque
le estaba fallando la moto. Nos tocó emprender la caminata más fuerte de todo
el viaje, a las tres y media de la mañana, con sueño, hambre y nuestros
morrales a cuestas. El camino fue terrorífico, nos habían dicho que por ese
camino nadie pasa de noche porque salen muchas culebras, así que no sé cuántos
rosarios recé en el camino. A media mañana ya estábamos en Rio Caribe, Fuimos a la fábrica de Chocolates Paria y regresamos al pueblo para
despedirnos de esta península mágica. Todavía nos quedaban un par de días más en Sucre.
No escribía una crónica tan
extensa desde que fui a Roraima. Pero no hay manera de omitir detalles, cuando
un viaje te marca de tantas maneras y te deja tantos buenos recuerdos, lo mejor que podemos hacer es
preservarlos y compartirlos. Ya entenderán que Paria se te queda en el corazón
para siempre.
@eduardomonzn
@eduardomonzn
4 comentarios
Increíble tu relato, fui a Paria y de verdad que es como un paraíso insólito que queda en nuestro país. La gente es muy pana, la naturaleza te sobrepasa, el mar es divino.
ResponderEliminarYa quiero volver
Y las empanadas? las mejores. Gracias por tu comentario
EliminarQue bonito es boca de Cumana allá voy siempre en vacaciones y me baño en el rió.
ResponderEliminares tremendo lugar!
Eliminar