Verde Paria y el asombro de Colón
diciembre 19, 2017
Navegar por el Golfo de Paria hasta Bocas del Dragón me
hizo sentir un explorador de América que fue a reclamar territorios olvidados
de Venezuela.
Llegar
a la esquina nororiental del país fue como un maratón feliz, porque iba a uno
de los lugares que me causaba enorme curiosidad desde hace mucho tiempo. Salí de Valencia una noche de
lluvia torrencial, en un taxi con dos
chicas que conocí ese día y que eran parte de este viaje de trabajo. Llegamos a
Caracas cerca de la medianoche, dormimos en casa de un amigo, en la mañana nos
encontramos con el resto del equipo de Conbive y nos preparamos para agarrar
carretera.
Salimos
para oriente, paramos a almorzar en Boca de Uchire y se decidió que, aunque
íbamos a Sucre, de Anzoátegui pasaríamos a Monagas para dormir en Caripe y
retomar el camino al día siguiente hasta Güiria. Hubo motivos de logística para
ese desvío.
El
objetivo de esta travesía era llegar a la costa sur de la Península de Paria
para evaluar el efecto que había tenido el derrame de petróleo ocurrido en
Trinidad hace algunas semanas, que por su cercanía afectó principalmente esta zona. Así que esta salida era como una
secuela del viaje a Los Roques y, además, mi primera jornada oficial como
integrante de Conbive.
Esa
noche tomamos chocolate caliente para disfrutar de la baja temperatura de Caripe
y dormimos en una cómoda posada, cuya dueña es un encanto. Amanecimos con frío
y vista a la montaña, desayunamos y salimos a rodar de una.
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Amanecer en Caripe |
Desde las montañas
vimos una esquinita del Golfo de Cariaco, pasamos por Carúpano y nos adentramos
en ese mundo verde que son las carreteras de Paria, donde la vegetación se va
comiendo toda la vía. Más adelante aparecieron las palmeras y el camino se volvió
tropical.
Llegamos
rápido a Güiria, la curiosidad me invadía por este pueblo porque siempre he
querido aprender sobre la influencia antillana y trinitaria que ejerce dominio
en esta zona, en el lenguaje, la gastronomía, la arquitectura y hasta en la
música.
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Puerto de Güiria |
Debíamos
tomar una embarcación para navegar esa misma tarde hasta Macuro, pero los
planes cambiaron y no pudimos irnos porque el ferry ya se había marchado sin
nosotros. Nos habían recomendado que buscáramos apoyo en el puesto de Guardacostas
para poder dejar los carros en un lugar seguro, como las autoridades vieron que
no pudimos irnos nos ofrecieron quedarnos esa noche en su sede, fue divertido y
extraño vivir esa experiencia porque nos tuvimos que adaptar a la vida militar,
dormir como soldados y despertar con el toque de diana, a pesar de todo nos
trataron muy bien y fueron amables con nosotros.
En
la mañana hicimos lo posible por realizar un recorrido por la costa de Güiria,
para informarnos sobre la limpieza del crudo que llegó a esta zona, sin embargo
nos dimos cuenta de que había un grave
conflicto entre las comunidades y los
trabajadores de PDVSA, vivimos un momento tenso cuando fuimos la playa al lado
del puerto principal y por un momento comenzamos a vernos rodeados de personas
extrañas que posiblemente pensaban que éramos trabajadores de la industria
petrolera. Entendimos que nuestra integridad física estaba en peligro y que no
podíamos movernos solos por el lugar. Las huellas del petróleo derramado que
vimos en ese sitio fueron impactantes para todos.
Luego
fuimos a la plaza del pueblo para conversar con varios pobladores sobre los
problemas que les había traído el petróleo en la pesca y en el consumo de
productos del mar. Nos contaron sobre sus peñeros sucios de hidrocarburo y la
necesidad de ir a pescar más lejos para no correr el riesgo de consumir
alimentos contaminados.
Finalmente
al mediodía nos fuimos al puerto para abordar el ferry en el que navegaríamos
durante dos horas para llegar a Macuro. Me sorprendió ver que se trataba de un
barco moderno y en muy buenas condiciones, en el que nadie paga nada para
montarse. Desde ese momento me invadió la emoción y me sentí el propio
Cristóbal Colón a punto de descubrir nuevos horizontes.
El
ferry se puso en movimiento y la lluvia
se convirtió en nuestra compañera inseparable, las nubes nos cubrían y el
paisaje se llenó de colores densos. No podía dejar de mirar a todos lados para
entender la geografía, miraba al mar, las montañas y hacia el sur, para
imaginar cómo sería la desembocadura del Orinoco. El movimiento era lento, el
sonido del ferry perturbador y constante, aun así el trayecto se me hacía
tranquilo, seguramente por el clima fresco y esa humedad que nos invadía por
cada costado.
Quería
fijar en mi mente todo el recorrido, que se iba pintando de verde a medida que
las nubes lo permitían y la lluvia se alejaba. Hicimos una parada en una base
militar con un muelle enorme, ahí se bajó un soldado que nos contó que lo
habían enviado a este lejano lugar como castigo porque su superior se dio
cuenta de que tenía una novia en su mismo comando, creía que se trataba de
celos porque el superior como que estaba interesado en su chica. Me pareció una
historia digna de película.
Seguimos
navegando, la lluvia se fue quedando atrás mientras se aproximaba la llegada a
nuestro destino. Una enorme bahía verde esmeralda se fue dibujando, abrazada
por montañas abarrotadas de cientos de árboles que bajaban hasta los pies del mar y se fundían con algunas
palmeras.
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Primera mirada a Macuro |
Mientras
nos acercábamos se me hizo fácil comprender el asombro que debió sentir Colón cuando en 1498 arribó a ese suelo y, ante la belleza de aquel lugar,
lo bautizó como Tierra de Gracia. Era el verde pariano en todo su esplendor,
que vibraba más fuerte hacia un lado de la playa donde los rayos del sol se
reflejaban.
En
Macuro parece que el reloj se detuvo hace muchos años, el pueblo tiene un aire
de olvido y descuido, aunque la tranquilidad del mar flota por sus pequeñas
calles y hace que el abandono pase desapercibido. Lo primero que se ve apenas
pasamos del muelle al malecón es la estatua de Cristóbal Colón, ratificando el
espíritu histórico de este lugar.
Nos
instalamos en una casita muy cerca del malecón, dejamos el equipaje y fuimos a
caminar por todo Macuro. Aquí sí se hace completamente evidente la influencia
de las Antillas y de Trinidad, la arquitectura de Macuro me llamó mucho la
atención por sus altas paredes, las largas puertas de madera, los techos de
lata y curiosas figuras talladas sobre puertas y ventanas. Por momentos era
sencillo pensar que estaba en otro país,
pero es que Macuro está más cerca de Trinidad y Tobago que de otra ciudad
venezolana.
Recuerdo
que la primera mañana salí a caminar por la playa para ver si había presencia
de petróleo, en ese recorrido noté que
solamente había muchísimas manchas pequeñas de crudo pegado en miles de
piedras. Al mismo tiempo me dediqué a contemplar la playa, en la que
extrañamente nunca me provocó bañarme.
Me
llamaba la atención saber que estaba en una playa que no se ubicaba en nuestra costa Caribe, en la que casi
siempre estamos viendo hacia el norte, esta vez se trataba del Golfo de Paria y
nuestra vista apuntaba hacia el sur. Creo que con el tiempo he desarrollado
algún tipo de inteligencia que me ayuda a ubicarme mejor geográficamente.
Esa
mañana llovió muchísimo, como solo lo hace en Paria, allá la los aguaceros
intensos se intercalan con cortos periodos de claridad, es una locura de
lluvia-sol-lluvia-sol que nunca se sabe cuándo va a parar, con ese clima es fácil
entender cómo crece tanta vegetación en esta zona, incluso tan cerca del mar.
Una vez vi en un documental que Paria es la primera parte de América del Sur
con la que chocan nubes que vienen del Caribe y el Atlántico, por eso la lluvia
es frecuente y las selvas tan frondosas.
Tuvimos
que retrasar varias veces una jornada que hicimos para recolectar plástico en
la playa y agrupar montones de piedras llenas de petróleo. Regresamos a
almorzar empapados bajo un palo de agua. Era Paria siendo Paria.
Hay
algo muy cómico que recuerdo con mucha gratitud, una de las cosas que queríamos
saber con esta visita a Macuro era cómo había afectado el petróleo derramado en
el consumo de pescado, que es el principal alimento de esta zona. Los habitantes
estaban consumiendo su pescado como si nada, también nos contaron que habían
tomado la precaución de pescar más lejos de lo común, pero solo eso. Aunque el
tema nos preocupaba, no teníamos ninguna forma de verificar si el pescado
estaba contaminado de alguna forma o no, además los pobladores comenzaron a
regalarnos pescado y eso era lo que había para comer.
Atesoro
esos momentos en la que aquella casa en la que nos quedamos a dormir olía a
puro pescado frito, luego nos sentábamos todos a comer, descalzos, con vista al
malecón y brisa fresca entrando por todos lados. Si eso no era la felicidad se
le parecía mucho. Yo cada vez que podía me iba a sentar al malecón, porque lo
teníamos en frente, ese era mi lugar favorito para estar en Macuro.
Es
tarde también fue especial, nos fuimos caminando por la montaña hasta Aricagua,
una especie de ensenada que está justo al lado de Macuro. Juro que es una de
las playas más sorprendentes que he visto, porque estaba atiborrada de verde,
muchísima vegetación la rodea, por un extremo hay un bosque enorme de árboles
altísimos que jamás hubiese imaginado
que podían estar tan cerca del mar, a los pocos pasos había manglares, un caño
oscuro donde estaba una baba, luego el mar esmeralda inmóvil donde nadaban las
tortugas marinas, las aves volaban sobre nosotros y un extraño animalito
saltaba por el mar. Era una locura, como un zoológico natural al aire libre, en
exclusiva para nosotros, yo estaba atónito ante tanta biodiversidad.
En
Aricagua tuvimos la oportunidad de conversar con varios pobladores que, sin
saberlo, nos dieron muchísima información valiosa para entender cómo es su
estilo de vida, la faena de la pesca y la realidad social de esta zona tan
remota y compleja.
En
la mañana siguiente llegó el momento que más habíamos esperado, salimos a
navegar hacia el extremo de la península para visitar las playas de anidación
de tortugas marinas y evaluar los daños por el derrame. Estaba muy emocionado
porque conocer esta zona de Paria era como un sueño para mí.
Desde
el primer minuto el paisaje fue arrollador, me sorprendían los verdes en el mar
y las montañas, era impactante observar los enormes farallones que reposan
frente a la línea costera, sobre los que también crece abundante vegetación.
Mis compañeros biólogos me explicaban que en esta zona del golfo el agua es
menos salada, por la influencia del Orinoco, esto hace más propicio el ambiente
para el crecimiento de la flora.
En
un momento del trayecto algo cambió, el viaje se volvió perfecto y todo se
pintó de verde Paria, el mar irradiaba un tono esmeralda brillante, los árboles
invadían los acantilados. Era el paisaje pariano a todo volumen, tropical, exuberante
y paradisíaco. Todo se me olvido por un momento, solo podía concentrarme en la
emoción de contemplar este lugar tan auténtico de Venezuela.
Uno
de nuestras guías nos señaló un punto con el dedo y nos dijo que ese era el fin
de la península, ahí se cruzaba para pasar a la cara norte de Paria. Estábamos
en Bocas del Dragón, el estrecho que separa a Venezuela de Trinidad, cuyas
siluetas podíamos ver claramente. No se me ocurre otro nombre más impactante y
elocuente para ese lugar del mapa, Bocas del Dragón.
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Siluetas de Trinidad |
Aquella ebullición de emoción y asombro se frenó abruptamente cuando nos detuvimos un una playa muy pequeña, de gran importancia para el desove de las tortugas marinas. Fue dramático lo que encontramos, el petróleo la había cubierto casi por completo, fue muy triste y desde ese momento nos embargó la impotencia, porque no teníamos forma de limpiar aquel desastre. Apenas nos bajamos del peñero todos nos llenamos los pies de manchas petróleo, además habían muchísimos desechos de plástico.
Los
esfuerzos se concentraron el procurar abrir un poco el paso para que las
tortugas pudieran ingresar al fondo de la playa sin encontrar grandes troncos
ni desechos de plástico. Nos tuvimos que marchar llenos de petróleo y un poco
decepcionados por no poder hacer más. Solo esperamos que el tiempo y la
naturaleza pudieran borrar las huellas de estos errores humanos.
Comenzamos
a navegar de regreso y yo solo quería saltar del peñero para nadar en aquel mar
perfecto de verdes, hicimos una nueva parada en otra playa más grande, donde
afortunadamente no encontramos grandes rastros de crudo aunque sí mucha basura,
a pesar de eso vimos nidos de tortugas y eso nos devolvió la esperanza en la
sabiduría de la naturaleza. En esta playa me bañé un rato y desde la orilla
podíamos ver claramente la Isla de Patos, que le pertenece a Venezuela. Hubiésemos
querido llegar a esta isla para evaluarla también, pero no era factible en ese
momento.
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Isla de Patos |
Al
volver, Macuro nos mostró su cara más radiante, creo que fue el único día sin
lluvia, el cielo estaba perfecto y el malecón rebosaba frescura. Tuvimos que
dedicar un rato a limpiar el petróleo con el que nos habíamos manchado y luego
caminamos hasta la montaña para bañarnos en un pequeño pozo frío. Un atardecer rosado le dio la bienvenida a una
noche en la que dormimos muy poco, debíamos madrugar para estar a las 4 de la
mañana en el muelle, a la 5 salíamos para Güiria.
Desde
el ferry recibimos al amanecer y me sentí muy orgulloso por este viaje, me
pareció un acto de soberanía, un reclamo de nuestro territorio para atender a
la Venezuela olvidada que se niega a morir de abandono.
Olvidados.
Así se sienten los habitantes de Macuro, nunca terminaron de construir la
carretera que comunicaría su pueblo con el resto de Venezuela, casi todos sus alimentos
tienen que buscarlos en Güiria, al igual que los servicios de salud, para eso
deben navegar 4 horas entre ir y venir. Los Guardacostas de Macuro no tienen
embarcaciones grandes para interceptar a naves modernas y veloces que trabajan
para el narcotráfico y el contrabando. Tengo fe en que esta zona mágica del
país tendrá una mejor realidad, así como el resto de Venezuela.
Ese
mismo día salimos de Güiria para dar un paso rápido por la cara norte de Paria,
fue una enorme alegría volver a Playa Medina luego de dos años y verla igual de
perfecta, sin una sola gota de petróleo. Almorzamos en Río Caribe y volvimos a
Caripe para dormir esa noche y regresar a Caracas el siguiente día.
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Breve visita a Playa Medina |
Todavía
reviso los mapas y me parece increíble saber que estuve allá, en este rincón
místico y enigmático de la geografía.
1 comentarios
Muchas gracias Eduardo por este relato que me ha transportado hasta mi hogar en la Península de Paria. Me quedo con los pasajes de tu relato en los que te encontrabas atónito ante tanto verde. Es que es así de enigmática esa tierra. La extraño desde lo más profundo de mi alma, la siento en cada latido y la recuerdo en la piel bronceada de mi hija, ella nació allá. Un fuerte abrazo y espero que regreses a Paria y continúes deleitándonos con tus fotos y relatos a los que estamos al otro lado del atlántico. Bueno... si es que aún sigues en Venezuela. Un abrazo.
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