El mágico páramo de Los Colorados

mayo 12, 2016


Mérida no deja de sorprender a quien  visita sus espacios naturales, entre montañas y páramos se esconden paisajes como sacados de un sueño. Descubre este mágico rincón de la Sierra Nevada, con valles, ríos de colores y misterios que guardan historias.
Texto y fotos: Eduardo Monzón
Videos: Benyelí Durán y Eduardo Monzón


El aroma de un café recién colado nos despertó para disfrutarlo, junto a la vista de las montañas que observábamos desde una colina en San Rafael de Mucuchíes, lugar donde dormimos una noche en una casita que alquila la familia de Mario, nuestro guía en este viaje. Se trata de un hogar sencillo, con una cocina pequeña, dos habitaciones con camas para 6 personas y un bañito con el mejor de los lujos en los andes: agua caliente.

Cafecito mañanero
San Rafael de Mucuchíes 
 Después de desayunar montamos los macundales en un camión, en el que también nos encaramamos todos para partir rumbo a Gavidia. En la vía disfrutamos del contraste radical entre las montañas de la Sierra de la Culata y las de la Sierra Nevada. Me gustó llegar a Gavidia, era un sitio que nunca había visitado y es un pueblo muy bonito, rodeado de altas montañas.
Gavidia

Después de pasar por este poblado rodamos un poco más hasta llegar a un punto donde se iniciaría nuestra caminata, que consistía en  recorrer, en sentido contrario, parte de una ruta conocida como el  camino real de Carrizal, que une a Mérida y Barinas. El sol estaba tan intenso como en un día de playa, tanto que terminamos bronceados, y el cielo tenía puesto su traje más azul, sin espacio para una sola nube entera.


El sendero se mostró suave y amable, siempre plano o en bajada. El páramo estaba opaco por la intensa sequía que golpeó a Venezuela los primeros meses del año, así que el contraste era muy marcado entre montañas, frailejones y el cielo súper azul. Comenzamos de esta forma la caminata que nos llevaría a recorrer varios valles conectados entre sí.

Mientras avanzábamos el paisaje iba cambiando, sus colores se hacían más variados, el verde de los árboles, lo gris de las montañas imponentes de la Sierra Nevada y el blanco de muchas piedras que se encontraban a lo largo de un río que siempre nos acompañó.


Luego aparecieron nuevos elementos que serían determinantes. El primero de ellos fue la presencia abundante del árbol que le da el nombre al páramo que nos esperaba, se trata de El Colorado, con su tronco rojizo cuya corteza se fragmenta en muchos pedazos y se desprende con facilidad, sus pequeñas hojas verdes y el musgo entre sus ramas.


Después vimos por primera vez algo que ya nos habían contado, numerosas ruinas de piedras abandonadas en medio del páramo, solitarias, misteriosas, con infinidad de historias guardadas entre los montones de rocas que alguna vez formaron paredes. Se trataba de los restos de muchas casas que poblaron los andinos por esos valles y hoy permanecen como un museo a cielo abierto.








La caminata ya sumaba varias horas, pero todos sentíamos que estábamos avanzando hacia un lugar poseedor de una extraña belleza. Esa sensación se hizo mayor al cruzar por el primer puente de cemento sobre el río,  fue como pasar a un mundo nuevo, donde cada elemento de la naturaleza estaba tocado por algo mágico.


Cuando el sol se alejaba y la niebla comenzaba a cubrir las montañas, vimos a lo lejos la pequeña casita de piedra y techo de lata que sería nuestro hogar, se trataba de una edificación tan antigua como las ruinas que habíamos encontrado a nuestro paso, pero esta casa había sido restaurada por Mario y su familia hace unos 25 años, ahora es usada para recibir a los viajeros.

Luego de descender por una colina, pasamos sobre el segundo puente  sobre el río, esta vez me quedé helado de impresión al ver el hermoso pozo color esmeralda que se encontraba justo bajo el puente, me pareció un rincón de infinita belleza natural, con aguan tan clara que podía observar a las truchas que nadaban en medio del susurro del río entre las piedras. Este lugar sería mi paisaje predilecto en las siguientes horas de esa semana.


Finalmente soltamos el morral, disfrutamos de algunas moras frescas que alguien ya había recolectado entre los arbustos y comenzamos a ordenar todo dentro de la casa de piedra. Se trataba de un espacio pequeño y oscuro, con una plataforma de bahareque sobre la que reposaban varios colchones viejos, sobre ellos extendimos nuestras bolsas de dormir y así descansamos durante las noches. Afuera de la casa había un mesón de cemento junto a la cocina de leña, y un poco más allá una toma de agua, que se convirtió en el helado fregadero de corotos.




Estábamos hambrientos, así que devoramos un almuerzo tardío que se unió con la cena, fueron dos comidas juntas que disfrutamos como nunca. Mariana, una de las organizadoras del viaje, se lució con los preparativos del menú y con sus habilidades en la cocina. La noche nos cubrió sin avisar, con ella llegaron el frío intenso y millones de estrellas que se posaron radiantes sobre nuestro cielo. Es uno de los mejores regalos de dormir en medio de la naturaleza lejana.

La mañana llegó despejada y luminosa, con aroma a leña quemada y café recién hecho. Me tomé mi buena taza y no había tiempo que perder, agarré mi cámara y salí a caminar por los alrededores de la casa, el páramo gritaba de felicidad ese día, parecía que cada parte de la naturaleza había sido perfectamente preparada por algún productor de cine y hasta la flor más pequeña lucía radiante.




Me detuve sobre el puente de cemento para admirar al pozo esmeralda, esta vez estaba más impresionante que la tarde anterior gracias a la luz del sol, le tomé varias fotos para quedarme con ese instante para siempre y seguí avanzando hasta llegar a una enorme formación de piedra vertical que se encontraba en todo el medio del valle donde estábamos. Por el centro caía una cascada que se veía refrescante. A pesar de ser temprano todavía, el sol ya calentaba y no había ni una nube que le impidiera su labor de alejar el frío.




Pensé que era el momento perfecto para un baño de cascada, de esos que te dan energía como para vivir por 100 años. Como estaba solo comencé a quitarme la ropa. Metí, los pies al agua y solo pude llegar hasta las rodillas. El dolor en mis huesos me anunció que era mejor dejar el baño para otro momento. Me puse mi ropa y regresé a la casa para disfrutar junto al equipo de tremendo desayuno.

Después de comer se anunció la primera caminata, debíamos elegir entre subir un pico cercano o conocer una laguna. Aunque inicialmente votamos mayoritariamente por el pico, en el camino cambiamos de rumbo hacia la laguna por pensar que sería más cerca. Nada parecido a la realidad.

Comenzamos a subir por una montaña llena de muchos árboles, aunque la ruta no era demasiado complicada, el recorrido nos dejaba sin aliento cada tanto tiempo. Ganamos altura fácilmente y en un par de horas teníamos una amplia vista del páramo, fue cuando apareció uno de los regalos contundentes de este viaje: el paisaje majestuoso de un increíble pico de la Sierra Nevada, estaba totalmente despejado para admirarlo y fotografiarlo, eso fue una verdadera fortuna.


Con el ánimo que me dio la vista imponente del pico, que según Mario se llama El Humo, pudimos llegar a la laguna Los Truenos, que resultó ser más pequeña de lo que pensábamos, pero con colores muy llamativos y hasta una pequeña isla en medio del agua, con arbolito y todo. La laguna  fue el refugio perfecto para descansar bajo la sombra de la montaña y prepararnos para el retorno.




Tuvimos que atravesar un denso bosque de coloraditos, como se le dice comúnmente al árbol Colorado, y bajamos con la ropa llena de trozos pequeños de corteza roja. Volvimos a la casa de piedra  y el hambre nos devoraba, fue así como repetimos un extraordinario festín de almuerzo-merienda-cena, tres comidas unidas y mucho estómago para para disfrutarlo.

Con el corazón contento de tanto comer, nos abrigamos para esperar la noche y jugar con la cámara. Gracias a mi amiga Benyelí, que sabe mucho de fotografía, pude capturar el universo de estrellas que nos dejaba con la boca abierta al final de cada día. Nos divertimos con las luces hasta que el frío y el cansancio nos enviaron directo a dormir. 




Ya las noches no eran de sueño profundo, por algunos motivos todos solíamos despertarnos muchas veces, pero esto no impedía que al amanecer estuviéramos con las pilas recargadas.

Con la luz del sol que se metía por las rendijas del techo, supimos que había llegado otra jornada para aprovechar la estadía en el páramo. Café, desayuno y listos para caminar. Pensaba quedarme  echado en alguna piedra para leer un libro que me había llevado, pero la curiosidad por conocer lo nuevo me ganaba y nunca abrí el libro.

Ese día decidimos caminar valle abajo, lo primero que encontramos fue una casa abandonada, que nos sacó por un momento de aquel escenario mágico en el que habíamos estado para llevarnos a una escena de terror. Entramos a la casa, de dos pisos y  un sótano, paredes sucias y cuartos oscuros. Yo sentí el ambiente pesado desde que entré, pero no le di importancia, estaba intrigado por ese lugar que parecía un museo de miedo en medio de la Sierra Nevada. La recorrimos de punta a punta llenos de asombro y especulando sobre las vidas que pasaron por ahí.  








Esa tarde una de nuestras compañeras contó que había sentido la presencia de una mujer joven en la casa abandonada, los curiosos saltaron a preguntarle que cómo era, cómo estaba vestida y si podía identificar de qué época era. Fue tanta la curiosidad que despertó el hecho que algunos se pusieron de acuerdo para volver en la noche a la casa. Yo ni a balazos los pensaba acompañar, al final desistieron de la idea gracias al frío y, probablemente, al miedo.

Pero nuestra caminata siguió por aquel valle, que recuperó su encanto con grandes árboles de formas singulares, me sentía en un lugar donde podía contarse perfectamente una historia de hadas y hechizos. Finalmente llegamos a un espacio que nos sorprendió a todos con su belleza y la serenidad que nos regaló. Había mucho viento fresco que corría y tímidamente rompía el silencio de las montañas. Había ganado suelto, grandes rocas, árboles peculiares y muchas plantas de mora, con las que todos nos divertimos probando los sabores dulces y ácidos de aquel pequeño fruto de colores intensos.






Volvimos para aprovechar la luz del sol y darnos un baño fresco en las aguas del río. Cenamos con espíritu de celebración. De esa forma cerramos nuestra aventura en el páramo y nos preparamos para regresar a la ciudad, no sin descansar un día más en la casita de San Rafael De Mucuchíes donde inició todo.

Les recomiendo hacer este viaje con Mario, es merideño hasta los huesos, conoce el lugar como nadie y lo muestra con honestidad, desde el corazón. El participó en la restauración de la casita en el páramo y construyó junto a sus hermanos los dos puentes sobre el río, que le dan a este recorrido un toque especial.


Mario Moreno
Atleta y guía de montaña
0426-8794124
0424-7227085
marioatleta19@gmail.com


Frío merideño




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11 comentarios

  1. Geniaaaaaal videos, imagenes y texto... ¡Vas con todo Edu!

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  2. Gracias! y Felicitaciones...Muchos éxitos!!! Hermosa y fascinante Mérida!!!...

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Felictaciones! Gracias por difundir las maravillas de nuestro país. Ha sido un placer compartir este viaje contigo. Nos vemos en la próxima ruta Edu! :D

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  5. Hola Eduardo, muy interesante tu relato. Me gustaría saber algunos pueblos de referencia de este Páramo llamado Los Colorados. Quedo atento.

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  6. Hola Eduardo, muy interesante tu relato. Me gustaría saber algunos pueblos de referencia de este Páramo llamado Los Colorados. Quedo atento.

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